lunes, 25 de febrero de 2013

Política pública transexenal

«El siguiente paso de la democracia mexicana es la creación de una sociedad de derechos que logre la inclusión de todos los sectores sociales y reduzca los altos niveles de desigualdad que hoy existen entre las personas y entre las regiones de nuestro país.» Pacto Por México.

No tengo la menor duda que la docena trágica panista en la presidencia de la república se debió principalmente a la mezquindad pluripartidista —esto, sin soslayar propios errores de los presidentes—; quiero decir, los dos sexenios panistas en el gobierno federal no tuvieron la eficacia deseada en todos los rubros que se propusieron porque tal circunstancia no favorecería a los partidos políticos opositores y estos se dedicaron a desvalorizar iniciativas presidenciales y legislativas que de haber prosperado habrían transformado la triste realidad de amplios sectores sociales; por ejemplo, la reforma laboral solo se concretó con el aval priista a unas semanas del retorno del Partido Revolucionario Institucional (PRI) a Los Pinos, siendo que en la anterior legislatura el PRI no aprobó siquiera la reforma laboral que él mismo propuso al congreso, exhibiendo un absoluto desprecio a la sociedad mexicana ávida de soluciones laborales y económicas para afrontar mejor los problemas del diario vivir.

Sin mencionar los casos de corrupción que cometieron y siguen propinando servidores públicos de los diversos partidos, en los tres niveles de gobierno —de lo cual hay sobrada evidencia todos los días en los medios informativos—, los programas más exitosos de la administración pública federal son transexenales y, sobre todo, apartidistas. El programa más significativo desde mi humilde punto de vista ciudadano es la política monetaria implementada por el gobierno del ex presidente Zedillo con Guillermo Ortiz como gobernador de Banxico, medida que el gobierno mexicano impuso a partir de la amarga crisis devaluatoria de Diciembre’94 y, probada su eficacia, aún continúa vigente.

Otros programas transexenales llegaron para quedarse, como el Programa Solidaridad, aunque con malas variantes, y el imprescindible Seguro Popular, a pesar de su corrupción inicial. Igualmente, el programa modernizador de la aduana iniciado hace veintidós años, mismo que cumplió su objetivo y ahora es innovador, así como el de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) en carreteras, por citar estos ejemplos.

En el caso de Petróleos Mexicanos (Pemex), no ha resultado lo mismo porque los programas de la paraestatal han sido mañosamente supeditados a contratos particulares y paulatinamente se ha venido desmantelando su infraestructura con un afán de salvamento privatizador norteamericano, al menos eso es lo que se intentó al inicio del sexenio anterior con aquellos promocionales del llamado tesoro profundo y la supuesta exigua reserva en aguas someras, después refutada por los nuevos hallazgos petrolíferos.

El meollo del asunto al que deseo llegar es que los partidos políticos necesariamente deben evitar que programas destinados a mejorar la gestión gubernamental sean utilizados como trueque para el chantaje partidista con fines electoreros o la obtención de mayores prerrogativas. La manera para evitar esas coyunturas que únicamente sirven para fortalecer más a la partidocracia es atendiendo el orden Constitucional. Todo está en las leyes, lo que se requiere —una obviedad— es la voluntad de las autoridades para cumplirlas.

El problema es que a la hora de la verdad, cuando se trata de castigar al funcionario corrupto o implementar una medida austera que afecte estructuras gubernamentales partidistas para el bien común de la nación, es cuando empiezan los arreglos y las negociaciones en lo oscurito para que las cosas sigan igual.

¿Por qué razón Pemex es obsoleta? Porque hubo funcionarios en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) que no destinaron los recursos suficientes para su modernización y desarrollo, quienes no atendieron los programas de la paraestatal y nadie les impuso a ellos la corrección debida de conformidad con la ley.

Instituciones fundamentales del país están rebasadas por la partidocracia, como la Auditoría Superior de la Federación (ASF), encargada de fiscalizar la Cuenta Pública a todo ente que ejerza recursos del Estado, incluyendo a los tres Poderes de la Unión, organismos autónomos, y particulares. Para los partidócratas, la ASF —organismo técnico de la cámara de diputados— es un cero a la izquierda en el combate a la corrupción.

Así, es imposible suponer que proyectos como el Pacto Por México cumplan su objetivo, pues las instituciones clave de México son manipuladas por intereses ajenos al interés general de la nación.

        Por lo tanto, el primer paso a llevar a cabo por los firmantes del Pacto Por México, debiera ser respetar las leyes y las instituciones por encima de la política e intereses partidistas, cumplir y mantener vigentes los programas de probada eficacia establecidos en gobiernos anteriores y, respecto a los nuevos acuerdos, anclarlos en una ley para garantizar su cumplimiento transexenal sin importar el partido que nos gobierne.